La hechicera, de Bartolomeo Guidobono (1654-1709)


La escena transcurre en el taller de un alquimista. Habla de su metamorfosis (sapo), transmutación que logra el sabio que deja morir su materia (la del “hombre viejo”, yacente), para dar vida al “hombre nuevo” o espiritual (joven que comienza a incorporarse, todavía no está enteramente erguido, solo sugiere el movimiento, delatando que está en buen camino). La postura y el color cadavérico del "hombre viejo" acentúa la idea de que muere para dejar renacer esta nueva vida en él. Esto solo lo logra al encontrar en justo equilibrio sus dos energías opuestas, por eso la figura de la hechicera, arquetipo de mujer sabia, soror mistique o Beatrice, está en el medio, en el centro de equilibrio, (vestida con colores iniciáticos). La flor que la fémina tiene tras su oreja es símbolo de la rosa o flor de loto, mandala natural o laberinto que el peregrino tiene que recorrer venciendo minotauros, sus propias animalidades o materia, para llegar a ese centro espiritual tan anhelado, axis mundi o eje del mundo que lo conecta con la divinidad.

En el momento inmediatamente previo a que el alquimista logre convertirse "en piedra filosofal" –transmutación total de la materia (egos, vicios, etc.)–, se encuentra con su energía femenina (su energía opuesta). Es cuando el Dante, tras haber viajado por el Inframundo y el Purgatorio, encuentra a su Beatrice en el umbral del Paraíso: sin complementarse con ella, nunca hubiera podido entrar al  Paraíso. Es la fuerza Yin encontrada con la fuerza Yang en exactamente la misma proporción una y otra, dándole así equilibrio a las fuerzas cósmicas.
En el tarot esto se representa con el andrógino, y es lo que Jung explica desde el plano psíquico como el momento en que el hombre logra reconocer su sombra, reconoce el "ello" (lo que siempre inculca o culpabiliza a los demás cuando en realidad es algo que está en él mismo y se empeña en ocultar en las sombras de su ser). Jung decía que solo cuando el hombre logra reconocer sus sombras, su "ello", su Beatrice, su lado femenino, su energía opuesta, deja de confrontarse con los demás por lo que en realidad son sus propios vicios y miserias y logra transmutarse en piedra filosofal, en hombre nuevo; logra su perfecta felicidad o ataraxia.

En esta obra están representados los cuatro elementos de toda iniciación: tierra (serpiente horizontal), aire (murciélago), agua (sapo) y fuego (salamandra –sobre el libro–).

Y como el cuadro habla del alineamiento con el axis mundi o perfecto equilibrio entre lo telúrico y lo divino, el encuentro del hombre con su estado superior del Ser, también están perfectamente distribuidos en un grupo (todos ubicados hacia la derecha del cuadro, como corresponde): la razón, la intelectualidad, las ciencias, los elementos que permiten estudiar la geometría sagrada y el orden del universo; todo aquello con lo que el alquimista hace su trabajo de sublimación intelectual para lograr la sublimación espiritual.

En cambio, a la izquierda, se agrupa todo lo bestial, la materia, vicios, egos, miserias representados en los animales. Algunos de estos animales que se encuentran en cada uno, son depredadores, carnívoros, otros en cambio son mansos y herbívoros: están representando diferentes estados del Ser. De hecho, el manso herbívoro (antílope en este caso) tiene cuernos. Y los cuernos representan “apertura”, es el comienzo del entendimiento (Aries y Tauro con sus cuernos dan comienzo al ciclo zodiacal). Queda atrás, en el fondo, el animal depredador, y pasa a primer plano el animal manso presto a tomar conocimiento de la obra.
Esto nos recuerda a Cristo (alquimista) que apenas nace en este mundo material (involución), se encuentra rodeado de animales en su pesebre, que se transmutarán a lo largo de  su vida hasta recibir lenguas de fuego y lograr la resurrección (evolución).

El perro o lebrel está precisamente en el medio de ambos estados del ser, entre el animal depredador y el manso. El perro es psicopompo, o Hermes; al igual que el pez o el delfín (si los hubiera) es el ser que guía al iniciado en su viaje de transmutación, en el paso de un estado del ser a otro.

Hay otro equilibrio simbólico en el cuadro: todos los elementos de la razón, ciencia, intelectualidad de la derecha, están sobre la mesa, están en un estado elevado respecto a todo lo bestial que se encuentra en el piso a la izquierda.

Sobre la mesa se encuentra también el Globo crucífero que utilizó para trabajar por la Vía Seca, utilizando antimonio disuelto a altas temperaturas (300°C por lo menos) del fuego secreto y del espíritu universal. Para ello utilizó el crisol logrando el Régulo del Antimonio Marcial (Marcial porque el antimonio posee impurezas de Hierro, también conocido como metal de Marte), lo cual se trabaja con campana de vacío o extractores para evitar la inhalación de los gases extremadamente tóxicos del antimonio.

El murciélago, al igual que el búho (si lo hubiera) son seres que se orientan en la oscuridad, allí donde el profano, el hombre común no logra ver.
Las serpientes horizontales son materia; las serpientes verticales, sabiduría adquirida.

El libro abierto son los secretos herméticos develados al alquimista. Debajo de él hay otros dos, que tras haber sido aprendidos, volvieron a cerrarse para que los secretos herméticos permanezcan protegidos. En definitiva, los tres libros son tres grados de este viaje iniciático.

El fuego en el bracero, es la fragua omnipresente en todos estos trabajos espirituales (la salamandra, reptil que representa el elemento fuego, se encuentra muy cerca del bracero, como si de allí hubiera saltado).

En el cuadro barroco, casi rococó, pintado por el hermano de Bartolomeo, Domenico Guidobono representa una hechicera guiada por una niña, es ella misma en su más tierna infancia, edad en la cual todavía no fue corrompida por los preceptos sociales y en la cual mantiene intacta la memoria divina que puede guiar los trabajos herméticos (cuadro expuesto en el Metropolitan Museum de Nueva York).

En otros tantísimos cuadros sobre alquimistas, el “hombre viejo” se representa inclinado sobre su atanor, donde trabaja desde el putrefactio de la materia, sin llegar a mayores conclusiones todavía. En esos cuadros se lo suele ver sin figura femenina, sin lograr ser andrógino todavía, sin llegar todavía a su piedra filosofal.

Lic. Tamara Le Gorlois




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