Los seres humanos normales usamos el 10% de nuestra capacidad neuronal total; los superdotados (Albert Einstein, Stephen Hawking, etc.) llegaron a usar el 12%. Esto da una idea de la enorme capacidad cerebral que todavía no ha sido explorada.
Sabemos que en la corteza (cortex) del cerebro, se localiza
lo más manso y sofisticado del funcionamiento neuronal: lo humano, lo cognitivo
(lo que pensamos, creamos, reflexionamos, razonamos, el vocabulario, el
conocimiento adquirido, la memoria a corto plazo, el movimiento ocular y
manual).
Y en la parte más profunda, a la altura del bulbo raquídeo, se
encuentra el lóbulo de la ínsula, que nos relaciona más con el mundo animal
(cerebro reptiliano). Allí se ubica todo lo que tiene que ver con el
funcionamiento afectivo (sentimientos, emociones, recuerdos), y con la vida
instintiva, desencadenando impulsos o reacciones de estimulación exterior (que
pueden ser de agresión o de huida) y nos pone en relación con el mundo que nos
rodea estableciendo formas de adaptación al entorno.
Luego está la parte límbica del cerebro (cerebro mamífero),
que es más sutil y está relacionada con el sentir del entorno.
De toda nuestra capacidad neuronal, durante el siglo XX solo
identificábamos a la inteligencia cognitiva o racional (la del conocimiento).
Pero hoy hablamos de “inteligencias”, porque también reconocemos a las
habilidades emocionales como inteligencia.
¿Pero qué es una inteligencia?
Inteligencia es la capacidad de adquirir nuevos
conocimientos y saber aplicarlos en nuevas situaciones para resolver problemas
no programados.
Decimos que un animal es más evolucionado o inteligente que
otro cuando se sabe adaptar mejor al medio ambiente.
En el plano humano, inteligencia no es el cúmulo
enciclopédico de datos. Si bien éstos son necesarios, deben confrontarse a la
prueba de la existencia, por lo que concluimos en que inteligencia es cómo me
adapto, cómo me confronto a una nueva situación.
El hemisferio izquierdo del cerebro se registra todo lo que
es rutinario, secuencial, tipológico, normativo, estandarizado y clásico (por
ejemplo, cómo manejar un automóvil); son las habilidades cognitivas. Inclusive
dentro de la inteligencia cognitiva reconocemos la inteligencia lingüística, la
inteligencia lógico-matemática, la visual-espacial, la cinestésica (la del
movimiento del cuerpo humano), la musical, etc.
En cambio, en la parte derecha del cerebro está todo lo
creativo, soñador, artístico; son las habilidades emocionales.
Y si bien ambas inteligencias tienen características muy
diferentes, ambas son absolutamente necesarias: son complementarias. Pretender
usar una sola de estas inteligencias sería tan absurdo como usar una sola
pierna o un solo ojo teniendo dos.
La palabra emoción proviene del latín emovere, y significa
“ser movido por”. Estamos siendo continuamente movidos, emocionados, tocados
por todo lo que nos rodea, de la misma manera que nosotros mismos afectamos a
los demás: nuestra sola presencia, nuestra manera de ser, nuestra manera de
hablar afecta continuamente el entorno.
La inteligencia emocional es la capacidad de sentir,
entender, controlar y modificar (implica un proceso) estados emocionales
propios y ajenos.
Las emociones condicionan y pueden generar hasta en una
persona intelectualmente brillante, un bloqueo tal que a la hora de tener que
demostrar sus habilidades, éstas se ven coartadas haciendo que el rendimiento
final sea muy inferior al que realmente debiera ser.
Las empresas seleccionan a las personas por sus habilidades cognitivas,
y las despiden por su falta de habilidades emocionales. Por ello, ser
inteligente implica, además, dominar las emociones.
Lic. Tamara Le Gorlois
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