La palabra “Pascua” proviene del latín pascae, y a su vez
del griego πάσχα (pasja), adaptación del hebreo פסח
(pésaj), que significa “paso” o “salto”. Los hebreos celebran ese paso haciendo
referencia a la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto, y la Biblia
ubica la Pascua judía en el primer mes del antiguo calendario judío (Abid), mes
que llega a nuestros días como Nisán y coincide con marzo-abril del calendario
gregoriano.
Por su lado, el Primer Concilio de Nicea –en el año 325–, fija
la Pascua cristiana el primer domingo después de la luna llena tras el
equinoccio de primavera en el Hemisferio Norte. Este año 2015, esta luna llena
aparece el 4 de abril, por lo que los cristianos festejan el Domingo de
Resurrección de Cristo o Pascua, el 5 de abril. El vocablo abril deriva del
latino aperire (abrir), por el abrir de las flores en esta estación primaveral,
y la apertura del ciclo zodiacal que comienza con Aries (del 21 de marzo al 20
de abril).
El hecho de fijar la fecha según el calendario lunar
proviene de los Misterios eleusinos: las religiones paganas siempre fueron
agrícolas (paganus deriva de pagus, “campo”). Eran sus sacerdotes quienes
dirigían las actividades de los agricultores, dado que tenían conocimiento sobre
los ciclos y podían determinar con certeza los tiempos de siembra (precisamente
a partir del equinoccio de primavera) de lo cual dependía la sobrevivencia de
todos los poblados. Los ritos en los primeros tiempos estaban concebidos desde
la muerte y resurrección de granos y frutos. La tradición cuenta cómo la diosa
madre Demeter llora por la muerte de su hija Perséfone (su muerte es como la siembra
de semilla, inhumación –in-humus– del grano) y es consolada con la aparición de
su hija en cada primavera en forma germinativa (resurrección).
La religión católica es heredera de estos ritos, por lo cual
en la fiesta de la Semana Santa se recuerda a la Madre Dolorosa (María-Deméter) que llora la muerte de su
descendencia (Jesús-Perséfone-semilla) que resucitará días después como cereal
para alimentar a la humanidad.
Toda resurrección lleva en sí la alegría de la liberación; la
evolución tras la involución.
De ahí que el cristianismo, comenzara a celebrar en la Edad
Media la Pascua con risus paschalis, la risa pascual muchas veces grosera: “La
homilía pascual debía contener una historia que suscitase la risa, de tal modo
que la iglesia retumbase en carcajadas”. (Joseph Ratzinger –Benedicto XVI–).
En la Pascua, el cirio pascual representa el paso de la
oscuridad a la vida, la victoria sobre la muerte, la resurrección; el agua bendita es fecundidad en medio del desierto; y el
Aleluya, el canto solemne de la liturgia pascual, la voz humana –al igual que
los mantras y los cantos gregorianos–, que produce vibraciones que comulgan con
el vibrar del ADN de la persona, evocando las voces de la creación. Es nuestra
resurrección al recobrar la armonía con el Cosmos.
Lic. Tamara Le Gorlois
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