Por Lic. Tamara Le Gorlois
La metamorfosis –del griego μετα- (meta), "alteración", y μορφή (morphè), "forma"–, no modifica más que las apariencias. No
afecta al yo profundo ni exige el pasaje por la muerte.
En cambio la metempsicosis, en cambio, designa las mutaciones
póstumas que sufren ciertos elementos psíquicos del hombre que se disocian y
pueden pasar entonces a otros seres vivos, hombres o animales. Estos elementos
pueden, en algunos casos, dar la ilusión de una reencarnación. La creencia de la metempsicosis fue mantenida por el
pitagorismo y el orfismo. Platón, Plotino, Empédocles y los neoplatónicos
vieron en ella la forma de justificar la teoría de la preexistencia del alma
que Platón conectaría con la teoría de la Reminiscencia.
Es importante en este punto saber diferenciar los
fenómenos de metamorfosis respecto a la memempsicosis propiamente dicha, que es
una transmigración, un pasaje total y definitivo de un estado a otro (Les
Druides, Françoise Leroux, 126-134; y Ogam, Tradition Celtique 5.256-258).
La creencia en la metempsicosis, con formas y nombres
diversos, está atestiguada en numerosas culturas: indias, helénicas, nórdicas,
etc. Es rechazada por el judaísmo, el cristianismo y el islam, que implican una
concepción del tiempo lineal más que cíclica.
La metempsicosis aparece como un símbolo de la
continuidad moral y biológica.
Desde el momento en que un ser comienza a vivir, ya no puede
escapar a la vida y a las consecuencias de sus actos. La vida no es una partida
de dados: la creencia en la metempsicosis excluye por lógica todo azar. Todas
tienen una carga simbólica, cualesquiera que sean sus presupuestos morales,
antropológicos, cosmológicos o teológicos y cualesquiera que sean sus
argumentos teóricos o experimentales. Expresan, por una parte, el deseo de
crecer en la luz del uno, y por otra parte, el sentido de la responsabilidad de
los actos realizados. Esta doble fuerza, el peso de los actos y la aspiración a
la pureza, entra en un ciclo de renacimientos, hasta que la perfección
adquirida abra el acceso, fuera de la rueda de la existencia, a la eternidad.
El Bhagavad Gïtã dice sobre la metempsicosis (cap. 2, v.
13): “así como el alma pasa psíquicamente a través de infancia, juventud y
vejez, así pasa también a través de los cambios de cuerpo. Eso no puede turbar
ni cegar al hombre que encuentra la paz en sí mismo” (Shri Aurobindo).
Los escritores antiguos en sus resúmenes o relaciones
sucintas sobre las concepciones religiosas de los celtas confunden a menudo la
inmortalidad del alma y la metempsicosis. En realidad la inmortalidad del alma
está reservada a los hombres que van al más allá y la metempsicosis es un hecho
limitado a algunas entidades divinas, que cambian de naturaleza y estado por
razones bien determinadas.
En la historia galesa del caldero de Ceridwen, Gwion se
transforma sucesivamente, después de haber adquirido la ciencia universal de la
mixtura que cocinaba, en liebre, pez, ave y grano de trigo. Para perseguirlo,
Ceridwen se convierte en galga, nutria, gavilán y gallina negra. Ésta traga el
grano de trigo, queda preñada y engendra al célebre poeta Taliesin.
La transmigración concierne aquí tres estados: la liebre
representa la tierra (estado corporal); el pez, el agua (estado sutil); el ave,
el aire (estado informal). El grano de trigo simboliza la reabsorción en el
principio.
En Irlanda, el poeta Amorgen fue sucesivamente toro, buitre,
gota de rocío, flor, jabalí y salmón.
El caso de la diosa Etain es más complejo aún, pues se refiere a los estados múltiples del ser. Se puede decir que la metempsicosis no interesa, en el mundo céltico, más que a personajes predestinados, marcados por una misión y detentadores de aspectos múltiples de la verdad y la ciencia (Celticum, suplemento anual de Ogam, 15).
El caso de la diosa Etain es más complejo aún, pues se refiere a los estados múltiples del ser. Se puede decir que la metempsicosis no interesa, en el mundo céltico, más que a personajes predestinados, marcados por una misión y detentadores de aspectos múltiples de la verdad y la ciencia (Celticum, suplemento anual de Ogam, 15).
Serge Sauneron llega a poner en duda, a pesar de la opinión
de Herodoto y de las fórmulas del Libro de los Muertos, que los egipcios
creyeran realmente en la metempsicosis. Considera que estas transmigraciones
son cada vez pasajeras y no es que el alma deba recorrer sucesivamente las
etapas de un vasto ciclo de reencarnaciones. Según él, el alma queda,
definitivamente, ligada al cuerpo embalsamado en su tumba y no puede permitirse
más que paseos al exterior (G. Posener, Dictionnaire de la civilisation
égyptienne, p. 172).
Estos elementos comprenden todas las imágenes mentales que,
al resultar de la experiencia sensible, han formado parte de la memoria y la
imaginación: estas facultades, o más bien estos conjuntos, son perecederos, es
decir, sujetos a disolverse, porque al ser de orden sensible son dependencias
del estado corporal.
Transmigración y reencarnación deben ser distinguidas ya que
tienen una significación totalmente diferente: La reencarnación ocurre cuando
un ser que ya ha estado incorporado retoma a un nuevo cuerpo, es decir, vuelve
al estado por el que ya ha pasado; por otra parte, se admite que eso concierne
al ser real y completo, y no simplemente a los elementos más o menos
importantes que hayan podido entrar en su constitución, en lo que se diferencia
de la metempsicosis. En cuanto a la transmigración de las almas, es una
doctrina hinduista (y budista) que se suele relacionar con la reencarnación, en
apoyo a la supuesta antigüedad de esta última. En este caso, el implicado es el
ser real, pero no se trata para él de un retorno al mismo estado de existencia,
sino, al contrario, el paso del ser a otros estados de existencia, que están
definidos por condiciones enteramente diferentes de aquellas a las cuales está
sometida la individualidad humana; quien dice transmigración dice esencialmente
cambio de estado. (Ver El error espiritista, René Guénon, cap. VI, pp.
150-156).
Las metamorfosis pueden ser ascendentes o descendentes,
según representen una recompensa o un castigo o según las finalidades a las
cuales obedecen. No es en efecto para castigarse que Zeus se transforma en
cisne junto a Leda. Todas las mitologías están llenas de relatos de
metamorfosis: dioses transformándose o transformando a otros seres en humanos,
en animales, lo más a menudo en pájaros, en árboles, en flores, en fuentes, en
ríos, en islas, en rocas, en montañas y en estatuas. Sólo dentro de la
mitología griega Pierre Grimal llega a citar más de cien ejemplos en su obra
Dictionnaire de la mythologie grecque et romaine. Frecuentemente se lee, en
todos los textos irlandeses y galeses, que un mago, druida o poeta, o una
profetisa, por una razón u otra, convierte a un héroe o una heroína en
cualquiera otro ser: cerdo, ave, pez, etc. Un dios o una diosa se metamorfosean
de esta forma algunas veces y también los druidas aceptan convertirse en vacas
con fines de sacrificio. Las sacerdotisas de Sena en la Galia aseguraban poder
convertirse a su gusto en cualquier animal. Revelan una cierta creencia en la
unidad fundamental del ser, pues las apariencias sensibles no tienen más que un
valor ilusorio o pasajero. Incluso los cambios de forma parecen no afectar a
las personalidades profundas, que guardan en general su nombre y su psiquismo.
Se podría concluir, desde un punto de vista analítico, que las metamorfosis son
expresiones del deseo, de la censura, del ideal o de la sanción, surgidos de
las profundidades de lo inconsciente y cobrando forma en la imaginación
creadora. Conocidas son las novelas en las que un personaje se transpone en la
situación de los demás siguiendo sus ilusiones sobre lo que no conoce por
experiencia y siguiendo sus deseos que sin cesar lo empujan a la búsqueda de
otra cosa... La poesía amorosa es igualmente rica en estos deseos de
metamorfosis para agradar al ser amado. La metamorfosis es un símbolo de
identificación para una personalidad en vías de individualización y que aún no
ha asumido verdaderamente la totalidad de su yo, ni actualizado todos sus
poderes.
Ver: Palingenesia
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