El 3 de febrero de 1936, cuando se cumplían cuatrocientos años del arribo de don Pedro de Mendoza a Buenos Aires, el intendente Mariano de Vedia y Mitre ordenó que se ensancharan las avenidas (Corrientes y 9 de Julio, y le encargó al arquitecto Alberto Prebisch la erección de un obelisco en la Plaza de la República, para rendirle un homenaje a la ciudad.
No bien se conoció el proyecto, surgieron las quejas. La forma y el tamaño parecían ser demasiado adelantados para el criterio local. Los periódicos consideraban que ese tipo de monumento no tenía relación alguna con la historia de los porteños. Además, les parecía absurdo. Incluso hubo quienes se molestaron porque el material que iría a emplearse -cemento- no era digno de una evocación, como sí lo eran el mármol y el bronce. Y para colmo era hueco, salvo por la escalera marinera de doscientos dos escalones para alcanzar el tope, y el cable del pararrayos que tiene en la punta. La obra comenzó el 19 de marzo.
El debate aumentó su intensidad mientras los 157 obreros trabajaban con prisa, empleando cemento de endurecimiento rápido, porque el objetivo era terminar la obra antes del 25 de mayo de ese mismo año. Y la discusión era a ciegas, ya que nadie veía cómo iba quedando: estaba tapada con lonas colgadas de los andamios. Representantes de los vecinos clamaban por que se lo demoliera antes de inaugurarlo. Incluso se llegó a pedir que se enjuiciara al intendente que había tenido la idea de afear la ciudad con semejante proyecto. La demanda contra el alcalde De Vedia llegó al Congreso y los debates fueron encendidos.
Sin embargo, cuando se corrió el gran telón el 15 de mayo, los reclamos se apagaron. Muchos de los que se quejaban cambiaron de opinión. Las autoridades y los referentes de la cultura porteña agasajaron a Prebisch en el hotel Alvear. Los que seguían empecinados en atacar al obelisco advertían que podía desplomarse con la primera sudestada. Antes de que pudiera verificarse la solidez del monumento frente al potente viento del sudeste, la obra de Prebisch debió soportar una sacudida: el 21 de mayo de 1936 Buenos Aires padeció un pequeño movimiento sísmico. Los porteños corrieron al centro para ver si el obelisco que había costado cerca de 200.000 pesos se había caído. Y descubrieron que se mantenía en pie. Firme, junto al pueblo. Como hasta hoy.
También la punta del obelisco tiene su historia. Temeroso de que alguna vez se destruyera su obra, el jefe de máquinas de la empresa constructora Siemens Bauunion colocó una foto matrimonial y una carta en una caja de hierro para que leyeran los demoledores. Estaba empotrada en la punta del obelisco. ¿Seguirá allí?
De Historias insólitas de la historia argentina. Daniel Balmaceda. Editorial Norma.
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