Lic. Tamara Le Gorlois
Bajo la Ciudad Luz, una red de casi 300 kilómetros de túneles data de la época de los romanos en que sustraían de estas canteras (antiguas canteras de la Tombe Issoire) la piedra caliza para construir la ciudad.
Con piedra caliza también se hizo la muralla que rodeaba París en el siglo V para defenderla del ataque de los bárbaros. A finales del siglo VIII esta urdimbre de túneles devino un peligro de derrumbe para la ciudad de París, procediéndose a reforzar las canteras con grandes obras donde cientos de trabajadores dejaron la vida.
En este mismo siglo, París enfrentaba la insalubridad del barrio de Les Halles donde se encontraba el Cementerio de los Santos Inocentes.
El 7 de abril de 1786, las autoridades (Monsieur Thiroux de Crosne, teniente general de la policía, y Monsieur Guillaumont, inspector general de las minas) decidieron hacer un saneamiento trasladando los restos humanos a las antiguas canteras.
Comenzaron trasladando los restos del cementerio Saint Nicolas des Champs.
En 1788, el subsuelo de París se consagró como osario tras trasladarse unos seis millones de cuerpos a las viejas canteras. Los traslados se efectuaban de noche en carretas cubiertas con un velo negro, y escoltadas por sacerdotes que cantaban el oficio de difuntos.
Entre el 28 y 29 de agosto de ese año también se recibieron los cuerpos de quienes fueron muertos en Place de Gréve, Rue Meslée y Hôtel de Brienne.
Las catacumbas fueron abiertas al público entre 1810 y 1811.
En el año 1871, un grupo de monárquicos fue asesinado por la comuna de París en una de las cámaras.
Y durante la Segunda Guerra Mundial, también sirvió de refugio, tanto de nazis como de la Resistencia francesa. Son vestigios de esta época las letrinas y las puertas blindadas del búnker ubicado debajo de la escuela secundaria Lycée Montaigne.
Alcantarillas y el métro pueden constituirse en ingresos alternativos a las catacumbas.
Algunos jóvenes parisienses (conocidos como “catáfilos”), se adentraron en el entramado de túneles donde el riesgo de perderse es muy elevado.
Hay que tener en cuenta que los casi 300 km de túneles se encuentran a oscuras. En 1793 un joven perdió el rumbo en las catacumbas y fue hallado muerto, once años después, cerca de una salida que no había podido ver por encontrarse a oscuras. Muchos de los estrechos pasadizos tienen los techos muy bajos y son inundables cuando llueve. A partir del 2 de noviembre de 1955, se consideró ilegal cualquier visita sin guía oficializado.
Actualmente se puede visitar, en 45 minutos, una fracción de dos kilómetros donde se baja 130 escalones (y se suben 83). El ambiente, de una temperatura constante de 14 grados, es húmedo, silencioso y algo claustrofóbico.
La entrada está en 1, avenue du Colonel Henri Rol-Tanguy (place Denfert-Rochereau), muy cerca del cementerio de Montparnasse.
Transportes: Métro y RER B: Denfert-Rochereau. Bus 38 y 68.
Estacionamiento pago en Boulevard Saint-Jacques: 2, avenue René Coty
Transportes: Métro y RER B: Denfert-Rochereau. Bus 38 y 68.
Estacionamiento pago en Boulevard Saint-Jacques: 2, avenue René Coty
Sin reserva, se puede visitar de martes a domingo, excepto los días feriados, de 10 a 16 h (cierra a las 17 h).
El teléfono de contacto es 33 (0)1 43 22 47 63; fax: 33 (0)1 43 22 48 17 y para grupos : 33 (0)1 44 59 58 31 / 32; fax 33 (0)1 44 59 58 07.
No hay servicios de toilettes ni guardarropa.
El derecho de acceso cuesta 4,50 €, y la tarifa reducida para estudiantes: 3,80 €. Hay tarifas especiales para grupos de jóvenes de instituciones que hayan pedido la visita con seis semanas mínimas de anticipación y presenten el justificativo correspondiente.
Una exposición introductoria explica con fotos antiguas la historia de las catacumbas. Luego se accede a los túneles hasta que llega al epígrafe del poeta Jacques Dellile que advierte: "¡Párate! Aquí está el Imperio de la Muerte". A partir de este punto sólo rodean paredes de huesos (a menudo de un metro de ancho), dispuestos de mayor a menor.
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