Los sibaritas procuran a menudo
hurgar su felicidad entre lo hedónico y lo eudemónico, entre los placeres
corporales y los superiores. Suelen optar por uno u otro, pero ambas sendas son
perfectamente compatibles y pueden formar un verdadero yin y yang. Encastrarían
así perfectamente las atenciones corporales y espirituales, ambos componentes
de la calidad de vida que hace a la sensación de bienestar, la más próxima que
encontramos a nuestra felicidad, y que si bien es una experiencia subjetiva, no
debería nunca atentar contra el bienestar de otros seres.
El enfoque hedónico persigue los
placeres corporales sin dolor, aunque pueda haber casos muy puntuales en que se
lo incluya. Son placeres que se perciben por los sentidos y liberan endorfinas
(“hormona de la felicidad”, responsable de aumentar la alegría y de eliminar el
dolor), tales como las relaciones sexuales, las caricias, los besos, el
enamoramiento, la excitación, el orgasmo, el ejercicio físico, los buenos
perfumes, los pranayamas (ejercicios respiratorios del yoga), los sabores
deliciosos (el buen vino, los alimentos picantes, el chocolate), la música
placentera, el buen humor, la risa, un hobby, la buena lectura, el paisaje
natural, el viaje de placer, la contemplación de una obra de arte... Se crea un
universo sensorial que se percibe por medio de nuestros órganos y libera
endorfinas, produciendo efectos opiáceos, analgésicos, sensación de bienestar.
Vale aclarar que atender los
placeres corporales no pasa por satisfacer la compra de un automóvil de lujo,
sino por cubrir a diario nuestro entorno con sensaciones positivas de rápido
alcance, disfrutar de las pequeñas cosas que nos suceden a diario. Se trata
aquí tener ambiciones materiales acotadas, para reducir las ansiedades y
potenciales frustraciones. Como dice el antiguo apotegma: no es más rico quien
más tiene sino quien menos necesita.
Los placeres superiores (eudemónicos), en
cambio, surgen de actividades complejas que hacen a la realización del propio
potencial canalizado hacia una sublimación intelectual y espiritual, que dan
como resultado las gratificaciones, sensaciones de alegría, entusiasmo,
bienestar o éxtasis entre otras.
Estas gratificaciones requieren del
esfuerzo y la dedicación sobre algún objetivo en particular, donde nuestras
virtudes crean emociones positivas. Esa satisfacción emergente se traduce en la
sensación de realización, autovalorización, orgullo y serenidad tras lo
conquistado, y amplía al mismo tiempo la capacidad de extroversión, jovialidad,
de estado de alerta, de atención, decisión, acción, y seguridad en uno mismo; todos
ellos valores que retroalimentan a su vez nuestro objetivo.
Hablamos aquí de uno o varios objetivos,
y no de metas, dado que el objetivo hace al camino a disfrutar, y la meta se
refiere a un punto final que no siempre es alcanzable, y perseguirlo solo
generaría nuevamente ansiedades, estrés y frustraciones con su consecuente
dolor. Ese camino a transitar debe ser con ilusiones sanas, viviendo con
optimismo, donde la meditación, el yoga y el cultivo de las virtudes hacen un
gran aporte o juegan un rol importante.
Los placeres hedónicos son
transitorios, casi limitados al momento del disfrute, mientras que los
eudemónicos tienen mayor proyección, mayor trascendencia y son los que hacen,
según las creencias hinduistas, al proceso de sublimación de nuestra esencia
átmica. Pero como en todo, el equilibrio es siempre necesario: difícilmente
podremos prestar atención y dedicación a los placeres eudemónicos si la
atención hedónica de nuestro cuerpo no está atendida. Un cuerpo que sufre tiene
mayor dificultad para concentrarse en desarrollar un proceso de sublimación.
Aristóteles desarrolló el
concepto filosófico del eudemonismo o eudaimonismo como una justificación de
todo aquello que sirve para alcanzar la felicidad en forma estoica. Los
eudemonistas afirmaban que se llega a la felicidad actuando de manera natural,
o sea, con una parte animal (bienes físicos y materiales), una parte racional
(cultivando nuestra mente) y una parte social manifiesta en la práctica de las
virtudes.
¿Pero cuáles son las pautas para
trabajar en este proceso eudemónico?
- Primero tener en claro los objetivos (las emociones positivas), reconocer si son nuestros o estamos canalizando nuestra energía en satisfacer los ajenos.
- Reconocer qué da placer y qué gratifica y trabajar sobre ello.
- No estar sujeto al pasado ni pendiente del futuro. Vivir del pasado es nostalgia, nos ancla a lo que no se logró, produciendo angustia y depresión, y vivir del futuro genera ansiedad, incertidumbre, obsesión y estrés. Ambas situaciones nos llevan a perder la oportunidad y el disfrute del presente.
- Es fundamental la organización para poder trabajar cada día, aunque sólo sea un poco, en pos de la consecución de nuestro proyecto. Se debe establecer una escala de prioridades en las actividades diarias y ver de qué manera se compatibiliza mejor su ejecución con nuestro ciclo circadiano. Por ejemplo, si nuestro objetivo es el de hacer un trabajo intelectual, por lo general nuestro mejor momento para ello es apenas nos despertamos; y si se trata de descansar sincronizando ese momento con charlas con nuestra familia o seres queridos, seguramente el momento propicio sería al caer la tarde.
- Promover vínculos saludables, evitar la convivencia con gente tóxica, ya sea en forma virtual o física.
- De la misma manera, procurar el trabajo o la relación laboral coherente con nuestros objetivos y satisfacciones. Procurar el reconocimiento profesional y/o económico de nuestra labor.
- Evitar la monotonía, el aburrimiento, la rutina, que atentan contra el nivel de producción de endorfinas de nuestro organismo.
- Cuidar las relaciones íntimas, protegerlas.
- Ser solidarios y reconocer los beneficios de la amabilidad, de agradecer, perdonar, saber pedir perdón y perdonarse a sí mismo.
- Es importante controlar los tiempos que le dedicamos a las relaciones virtuales para no descuidar los contactos físicos con nuestros seres queridos y la satisfacción de nuestros placeres y objetivos.
- Mantener buenos hábitos. Los malos hábitos se eliminan reemplazándose por buenos hábitos: comer moderadamente (no privarse de nada, pero todo en su justa medida), distribuir bien los alimentos priorizando el desayuno, disfrutar de espacios verdes, oxigenados y de buena luz natural, hacer ejercicio físico, descansar, relajarse, etc.
- No desestimar la opinión de los profesionales capacitados en temas de autoayuda, psicología, sexología, yoga, etc.
- Tomar conciencia de lo que se siente en cada momento y favorecer la selección y cambios. Nuestro cerebro tiene el poder de ser plástico, adaptarse a nuevos aprendizajes. Así como nos hemos apegado a una crianza, conducta, pensamiento, vínculos, principios, podemos perfectamente desapegarnos, desaprender, resignificar, cambiar en función a lo que necesitemos para alimentar nuestras nuevas necesidades. Para esto es importante saber cerrar puertas ya innecesarias para abrir otras nuevas. El miedo al cambio se pierde ejercitándolo. Tampoco es necesario hacerlo a grandes escalas, basta con hacerlo a diario en la medida de la necesidad.
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