Romances turbulentos de la historia argentina
Prilidiano Pueyrredón y Magdalena Costa.
Escrito por Daniel Balmaceda
Otra historia donde la realidad supera la ficción.
En la Buenos Aires española los extranjeros eran bienvenidos, pero no tanto. Siempre existía el peligro latente de ser expulsado si uno era portugués, francés o inglés. Si bien Jean Martin de Pueyrredon había llegado desde España y había formado su familia en Buenos Aires, era francés. Por lo tanto, debía manejarse con cuidado y tener buen trato con españoles y criollos.
En el año 1790 un teniente descubrió cuatro barriles de tabaco negro en una propiedad de los Pueyrredon. Era sin dudas un contrabando.
Que un extranjero pretendiera hacer negocios en las áreas comerciales que dominaban unos pocos vecinos sí que era un problema. El destino de Jean Martin, su mujer y sus ocho hijos estuvo a punto de virar en forma brusca. Sin embargo, apareció un culpable. Era criado de Pueyrredón, mulato, se llamaba Juan Manuel y cargó con la responsabilidad del hecho.
Ya es tarde para discutir qué hacía un criado que apenas hablaba español contrabandeando tabaco a escondidas de sus amos. Lo cierto es que la sospechosa confesión de Juan Manuel le quitó a Jean Martin el problema de encima y los Pueyrredon pudieron continuar su vida en el Río de la Plata sin ningún contratiempo. Jean Martin murió en 1791 en su Buenos Aires querida.
Entre los ocho hijos porteños del francés, el quinto era Juan Martín Mariano, futuro héroe de las Invasiones Inglesas, congresal en Tucumán, Director Supremo, general de la Patria, masón y tantas otras cosas. Pero antes de todo esto fue un grandote rubio de ojos celestes y padre adolescente de un varoncito al que llamaron Juan. Parece que la madre fue una primita y que todo el asunto pretendió esconderse. El pequeño nació con disminuciones mentales, fue registrado como Juan O'Doggan (apellido materno de Juan Martín de Pueyrredon) y quedó al cuidado de la madre y las tías del joven padre.
Se decidió alejar a Juan Martín (tenía 19 años). La madre lo envió a Cádiz, a la casa de su tío Diego Pueyrredon. Partió en 1795 y recién regresaría en 1802. Entre la correspondencia que envió a su familia, hay un simpático párrafo descriptivo: "La tía cada vez más fea pero buena señora y sus hijas muy buenas mozas, en particular Dolores". Juan Martín, una vez más, ponía el ojo en una prima. Habló con tío Diego, se comprometió con la prima Dolores y partió solo a Buenos Aires en viaje de negocios. El plan (que de original no tenía nada porque lo hacían todos) consistía en fletar un barco con mercadería, llevarlo al Río de la Plata, vender el cargamento, comprar cueros, apilarlos en el barco y transportarlos a Europa.
Pueyrredon iría con el barco en el viaje de ida y en el de vuelta. Una vez de regreso en Cádiz, y con algunos billetes en su cuenta, se casaría con Dolores. Decirlo era más fácil que hacerlo. Llegó en abril de 1802 a Buenos Aires y surgieron inconvenientes: la estadía demoró más lo previsto; no le sacaron la mercadería de las manos como había supuesto. Todo se retrasaba y él manifestaba su preocupación por estar lejos de su Lolita.
Por fin logró vender la suficiente cantidad y pudo enarcar de regreso a España. La nave abandonó el puerto Buenos Aires el 2 de junio de 1803. Si todo marchaba viento en popa, en cincuenta, sesenta días a lo sumo, estaría abrazando a la querida prima.
Pero no marchó todo bien. En vez de viento en popa, tuvieron fuertes tempestades. La nave se mantuvo a flote sólo porque Dios y Neptuno quisieron. Sí se desviaron del camino. El malestar general brotó de la peor manera porque en medio del océano a un grupo de la tripulación se le ocurrió insubordinarse. Desbordado por las tormentas naturales y las internas, el capitán perdió la calma y el control. Fue necesario quitarle el mando del navío.
La odisea contó también con el ataque de piratas y una persecución cinematográfica al navío. Una vez que se sacaron de encima a los bandidos, un corsario inglés les cayó encima y tomó prisionero a Pueyrredon y cuatro pasajeros más, que transbordaron al navío agresor. También se apropiaron de los baúles, donde Juan Martín llevaba las ganancias de sus ventas en el Plata. La nave con los prisioneros y el botín se dirigía a Irlanda, pero fue interceptada por un buque de Su Majestad británica, quien liberó a estos hombres y sus equipajes. Sin saberlo, se salvaron de milagro: pocos días después cuatro fragatas inglesas atacaban a cuatro españolas y se iniciaban las hostilidades entre los dos reinos.
El viaje demandó el doble de tiempo que lo normal. Agotado, Juan Martín arribó a Cádiz, se lanzó sobre los brazos de Lolita Pueyrredon y se casaron de inmediato, en octubre de 1803. Cuatro meses después, el matrimonio embarcaba rumbo al Río de la Plata. El viaje no fue tan desastroso como el que le tocó al apurado novio. Sin embargo, Dolores estaba embarazada y sufrió los rigores del Atlántico: tuvo un parto prematuro que le produjo un violento desbarajuste psíquico. Ya en Buenos Aires, buscaron mil formas para que se recompusiera y no lo lograron.
Luego de un año sin resultados positivos, Pueyrredon decidió llevar a su prima (su "más preciosa mitad", como la calificó) otra vez a España. Pero hubo que cancelarlo a último momento porque Lola estaba embarazada de nuevo. Volvió a perder un hijo.
El 27 de mayo de 1805, Dolores Pueyrredon de Pueyrredon murió en Buenos Aires y fue enterrada en la Recoleta. No en el cementerio, porque aún faltaban diecisiete años para que se inaugurara. Lola fue a descansar para siempre en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en la Recoleta. Al año siguiente Juan Martín se convertía en uno de los principales héroes de la reconquista de Buenos Aires.
La participación del viudo en los últimos años del período hispánico y los primeros amagues independentistas fueron activos, gloriosos a veces y no gloriosos otras veces. Por ejemplo, fue el encargado de pasar a España para comunicar la derrota de los ingleses y reclamar una serie de beneficios a los cuales debía acceder incluso mediante el pago de coimas. Y también fue el protagonista de la segunda gran hazaña de la historia argentina, luego del cruce de de los Andes. Se trató de una huida (en este caso, toldado que huye, sirve para lograr hazaña) y, a la vez, el mayor robo del que se tenga memoria. Fue en 1811, luego del Desastre de Huaqui, en el Alto Perú, cuando una (noche se apropió de los caudales de Potosí y huyó con un reducido grupo que cubrió en veintinueve días un trayecto de ochocientos complicadísimos kilómetros, a más de cuatro mil metros de altura. Ese dinero se utilizó para financiar ejércitos patrios y no faltó un centavo, lo que convierte a la hazaña en una hazaña al cuadrado.
Fue integrante del Primer Triunvirato (que se inició i un Paso, Sarratea y Chiclana, pero luego fueron rotando nuevos triunviros). Durante su participación, en el año 1812, fue uno de los tres firmantes de la ejecución de Martín de Álzaga y otros vecinos más acusados de conspirar contra el Gobierno. Esas ejecuciones fueron un gravísimo error y la mayor injusticia histórica de la vida institucional argentina. Entre los fusilados figuraba Francisco de Tellechea.
El que sí conspiró contra ese mismo Gobierno (y participó de su derrocamiento) fue el morocho José de San Martín. El rubio Pueyrredon marchó exiliado a San Luis y cargado de odios hacia el Padre de la Patria conspirador. De todos modos, pronto se reconciliaron gracias la gestión de Tomás Godoy Cruz, joven mendocino que ambos apreciaban en ese momento.
San Martín y Pueyrredon se visitaron en varias ocasiones, mientras el Libertador daba los primeros pasos para superar la hazaña de los caudales de Potosí. A esa altura de la historia, el viudo Juan Martín mantuvo una frenética relación con la puntana Juana Sánchez. Ella era la compañera oficial del deportado en las recepciones que le ofrecía su antiguo rival. El rumor acerca de la intensa amistad entre Juan y Juana llegó al gobernador de San Luis, Vicente Dupuy, quien con alguna curiosidad inquirió al militar acerca de cuan seria era su relación con la damita. Juan Martín lo tranquilizó (por decirlo de alguna manera), aclarándole que no iba a casarse con una mujer acostumbrada a una agitada vida social, sino que, en caso de hacerlo, lo haría con una niña más de su casa. Aunque el héroe de los caudales no tomó tan a pecho la relación, Juana quedó embarazada y nació Virginia. A decir verdad, Juana tampoco se lo tomó muy a pecho, porque Virginia pasó integrar la familia de José Cipriano Pueyrredon y Manuela Caamaño, hermano y cuñada del prócer, que también vivían en San Luis.
Para aquel tiempo Manuela Caamaño criaba a su pequeña Isabelita, quien compartió toda su infancia con la hija natural de su tío Juan Martín. Isabel se casaría con Rafael Hernández (ella de familia unitaria, él de familia federal) y serían los padres de José Hernández, el autor del Martín Fierro. Respecto de Rafael, murió en 1857 -el autor del poema gauchesco tenía 22 años y ya había perdido a su madre- cuando lo partió un rayo mientras cabalgaba en una noche de tormenta. Pero nos hemos ido muy lejos del Pueyrredon deportado.
No tardó en llegar la suspensión del exilio. Juan Martín regresó a Buenos Aires con toda la energía de sus 38 años y conoció a María Calixta, otra de las tantas que eran llamadas Mariquita (diminutivo de María). Y en el caso de Calixta, con mucha razón ya que tenía 14 años. Hay que tener en cuenta que los tiempos de enamoramiento no marchaban al pesado y farragoso ritmo de las carretas de aquella época. Por el contrario, luego dos años y tres meses de ausencia, Pueyrredon arribó a Buenos Aires y se casó antes de los cuatro meses. Se casó el 27 de mayo de 1815, el mismísimo día en que se cumplían diez años de la muerte de su primera mujer, la prima Dolores.
María Calixta Tellechea y Caviedes era hija de Francisco de Tellechea, cuya orden de fusilamiento había sido firmada por Pueyrredon durante los bochornosos enjuiciamientos de la llamada conspiración de Álzaga. Calixta tenía 11 años cuando su flamante marido ordenó la ejecución de su padre en la Plaza Mayor. La dote que recibió Juan Martín consistió en tres criados viejitos, algunas joyas de escaso valor, muebles rotos, la cuna que utilizó Calixta pocos años atrás y una fabulosa quinta en San Isidro por la que el novio debió pagar alguna compensación a sus cuñados. En dicha quinta estaba la casa de la Chacra del Bosque Alegre, que aún se mantiene en pie y conocemos como la quinta de Pueyrredon.
(Es necesario hacer un paréntesis para narrar dos perlitas: 1. Juan Martín se preocupó por la educación de la mujercita. Ella tuvo diversos maestros, incluso de idiomas; 2. Dijimos que José Hernández fue hijo de Isabel, una sobrina de Pueyrredon. Y vale la pena señalar que el tío que crió a Calixta hasta que ella se casó se llamaba Fernando Caviedes y que en él se inspiró Hernández al crear al Viejo Vizcacha).
La estrella de Juan Martín volvió a brillar a partir de 1815. No sólo se casó, sino que se reinsertó en la política y volvió a dedicarle tiempo completo de servicios a la Patria. ¿Y por casa? La relación de ellos era excelente, pero no podían coronarlo con la llegada de un Pueyrredoncito. Era el karma de brigadier: había tenido un hijo en la adolescencia con una prima. Luego se casó con otra prima que perdió dos embarazos y murió. Llegó el turno de la amante puntana Juana Sánchez y la hija Virginia. Ahora quería llenar de hijos su casa y Mariquita no se los daba.
La pareja hizo muchas promesas y, por fin, coincidiendo con la época en que Pueyrredon comenzó a ceder en su protagonismo institucional, llegó en 1823 el varoncito, a quien bautizaron con el nombre del santo de su día de nacimiento: Prilidiano. Igual nunca lo llamaron de esa manera, sino Dianito. No bien nació (lo hizo en la paquetísima Juncal y Libertad porteñas, conocida como "cinco esquinas"), los tres marcharon a Lujan y llevaron una ofrenda muy costosa para el santuario.
A diferencia de su padre, a Dianito no le interesó la política ni los negocios. Gracias a un criado de la familia, el liberto Fermín Gayoso, descubrió que lo suyo era el arte. El negro Fermín era un excelente pintor y le enseñó al niño un montón de secretos. Antes de saber escribir, Prilidiano dibujaba más que garabatos. Por supuesto que fue muy malcriado, y por suerte Juan Martín y Calixta lo apoyaron en su vocación.
La familia se radicó entre Europa y Brasil desde 1833 basta 1849, un año antes de que se fuera el brigadier don Juan Martín de Pueyrredon (él y San Martín murieron en 1850). El héroe de los caudales cerró sus ojos para siempre en la chacra de San Isidro. Prilidiano y su madre se mudaron a la quinta de cinco esquinas. De aquella época es el trabalenguas que solía repetir: "Yo me llamo Pedro Pablo Prilidiano Pueyrredon, pobre pintor que pinta cuadros por pocos pesos".
La actividad artística de Dianito fue muy criticada porque, para muchos, los desnudos que creaba eran demasiado pornográficos para aquel tiempo. Mientras que cu el campo público participaría de una obra histórica: el diseño de la casa de los Azcuénaga en Olivos, la actual quinta presidencial.
Entre los ciento treinta y siete retratos que hizo en su vida hay dos que se destacan por la imponencia. El primero de ellos correspondía a Manuelita Rosas, hija de don Juan Manuel, y el segundo a su novia Magdalena Costa, sobrina del pintor e hija de Braulio Costa. Como se ve, así como su finado padre se enamoraba de las primas, Prilidiano se entusiasmaba con una sobrina que Ira iodo un primor.
Sin embargo cuando él fue a pedir su mano, la tía Florentina -madre de Magdalena- se opuso en forma definitiva al romance. La novia aceptó la decisión materna, pero Prilidiano se enfureció y desquitó su furia cu el retrato de ella.
Con su madre viajó a Cádiz para olvidar para siempre a su sobrina. Al igual que su padre, quien en 1795 fue enviado a aquella ciudad andaluza para alejarlo del escándalo por la prima embarazada que debía olvidar. En Cádiz Dianito se reencontró con Alejandra de Heredia y una hermana de ella. Las había utilizado como modelos para sus obras cuando permanecía en Europa con su padre y mantuvo alguna relación con Alejandra, que no fue lo suficientemente importante como para hacerle olvidar a Magdalena.
Regresó a Buenos Aires y continuó con las obras públicas. Prilidiano pagó de su bolsillo cada centavo de todo lo que realizó en la ciudad. La Pirámide de Mayo fue restaurada por él. La iglesia del Pilar en Recoleta, tal cual la conocemos hoy, tiene su sello. Su mayor anhelo arquitectónico fue crear en 1858 un puente giratorio en el Riachuelo. Para ello, con la autorización de su madre vendió la histórica quinta de San Isidro a su primo Manuel Aguirre. El dinero que obtuvo en la venta lo empleó en el proyecto del puente.
El artista sufría de diabetes y su vista empeoraba. Las grandes antiparras negras pasaron a formar parte de su vestuario cotidiano. No lograba encontrarle la vuelta a la erección del puente y padecía mucho por ello.
Murió soltero en 1870, poco después que Calixta y veinte años después que don Juan Martín. No logró terminar su puente del Riachuelo.
Magdalena Costa, por su parte, se unió a Cándido Ferreyra, con autorización de su madre.
En la chacra de San Isidro aún se conserva sobre el piano el retrato de su amada sobrina Magdalena, I quien en su furia él le borró una mano para que se transformara en el principal testimonio de la mano que se le negó, cuando él fue a pedirla.
El puente Pueyrredón, que cruza el Riachuelo y une la ciudad de Buenos Aires con Avellaneda, evoca a Prilidiano.
Daniel Balmaceda
Romances turbulentos de la historia argentina.
Editorial Norma.
Muy bien escrito! Es bueno leer una nota histórica sin la solemnidad a la que nos han acostumbrado.
ResponderBorrarFelicitaciones.