Cuenta la mitología que al
separarse los mortales e inmortales, Prometeo tramó que, de ahí en más, cuando
los hombres tuvieran que hacer sacrificios a los dioses, solo reservaran a las
deidades los huesos, pudiendo aprovechar para sí la carne y las vísceras. Zeus,
irritado por el ardid, le negó a los humanos el fuego, pero Prometeo también
se encargó de hurtarlo y restituírselo a la humanidad.
Esta humanidad estaba
representada por Epimeteo (nombre derivado del griego que significa “que
reflexiona más tarde”’, "retrospectiva", “ver con atraso”, o literalmente
"pensamiento-tardío") y su hermano, el propio Prometeo (“previsión”, “quien
puede ver el futuro”, o literalmente "pensamiento-adelante").
Conturbado por los engaños de
Prometeo, Zeus le ordenó a Hefesto que modelara una encantadora doncella en
arcilla y le infundiera vida. Afrodita le dio su venustez y sensualidad; Apolo
el don de la música y la suave voz; Atenea le concedió el dominio de las artes del
telar y, junto a las tres Gracias y las Horas, la vistió y adornó. Hermes la
dotó, a pedido de Zeus, de la persuasión y la seducción, pero también del poder
de sembrar mentiras y de un carácter inconstante.
Concebida con el don del
"bello mal” y bajo el nombre de Pandora (que significa "todos los
dones"), fue enviada a la Tierra portando un recipiente (vasija, jarra o
cajita). Alegraría a los hombres que la recibieran, pero en realidad también
cargaba un sinnúmero de desgracias.
A pesar de las advertencias de
Prometeo, quien desconfiaba de los regalos de Zeus, Epimeteo se enamoró de
Pandora y se desposó con ella.
En cierto momento Pandora ya no
podía contener su curiosidad por lo que pudiera haber en la cajita, y al abrirla,
los bienes que se encontraban en su interior se volatilizaron de regreso a las
mansiones de los dioses. Asustada, se apresuró a cerrar la tapa justo antes de
que saliera el último don: la Esperanza.
Quedaron así para los hombres no
más que males, pero haciendo gala al dicho que de esta historia se desprende, pudieron
conservar lo último que se perdería: la Esperanza.
Esta leyenda condice con los
comentarios de Platón en su diálogo Protágoras, donde cuenta que Epimeteo y
Prometeo tenían como tarea la de dotar de sus características a los animales
recién creados. Epimeteo era el responsable de darles un rasgo positivo, pero,
por falta de previsión, por su pensamiento tardío, al momento de tener que dotar
al hombre de un rasgo positivo, ya no le quedaban más.
Como consecuencia le acechan a
la humanidad no pocos males, pero no está vencida mientras conserve la esperanza
que quedó en la cajita, esperanza de que prevalezca la luz de Prometeo por
sobre los pensamientos tardíos.
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