Dice Ernesto Sábato en Abaddón el exterminador:
"Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus propias fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco, como Melville; en una selva, como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner.
Si estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí, querido B., estás preparado para dar tu testimonio".
Dice García Márquez: "Creo, en realidad, que en el trabajo literario uno siempre está solo, como un náufrago en medio del mar. Sí, es el oficio más solitario del mundo. Nadie puede ayudarle a uno a escribir lo que está escribiendo".
Dice Oscar Wilde: "Solamente aislándose por completo se puede trabajar. La ociosidad te proporciona la disposición para escribir y la soledad, las condiciones. La concentración en ti mismo te devuelve al nuevo y maravilloso mundo que surge en el color y la cadencia de las palabras en movimiento".
Paul Auster, en La invención de la soledad, destaca el hecho de vivenciar la soledad a fondo para conectar mejor con el mundo: "Creo que lo asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra verdaderamente en un estado de soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás".
Dice Gustave Flaubert: "Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse; antes al contrario, la hacen más profunda", pero para él, la soledad es la impulsora de la autonomía, una especie de método para asegurarse de que uno no depende de los demás, y la desea como un verdadero placer.
Dice María Zambrano: "Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.
Dice Claudio Magris: "Robinson Crusoe interpone entre él y su soledad una red de palabras: el diario que escribe escrupulosamente, la Biblia y los libros de oración salvados del naufragio. Un libro es el mejor antídoto contra nuestra soledad acompañada y tumultuaria en estos tiempos de megamercados y macrocentros comerciales. Lo escrito por el escritor italiano calza por igual para los personajes de ficción como para nosotros lectores de carne y alma: "Robinson es un hombre que lee y desea leer para sustraerse de la vida y a sí mismo. Lee para hablar con alguien, y para comprobar que por lo menos, como dice el señor Geiser, el último Robinson de Max Frisch no ha enloquecido todavía".
Magris también habla de otros solitarios de la literatura como Geiser de la novela de Max Frisch, El hombre aparece en el holoceno y del Dr. Kien, ese héroe tragicómico de la novela Auto de Fe escrita por Elías Canetti. Todos ellos comparten su aislamiento solitario (sea en una isla, una biblioteca o en un valle) y su relación peculiar con los libros.
Kafka encontraba en las noches su momento preferido para escribir.
Le escribe a Felice: "Para poder escribir tengo necesidad de aislamiento, pero no «como un ermitaño», cosa que no sería suficiente, sino como un muerto. El escribir en este sentido es un sueño más profundo, o sea, la muerte, y así como a un muerto no se le podrá sacar de su tumba, a mí tampoco se me podrá arrancar de mi mesa por la noche. Esto no tiene que ver directamente con la relación con los hombres, pero es que sólo soy capaz de escribir de esta forma sistemática, coherente y severa, y por lo tanto, sólo puedo vivir así".
Susan Sontag hace referencia a la necesidad de Kafka de estar en soledad para buscar "la propia voz": "Kafka imaginaba un taller en el sótano de un edificio, donde dos veces al día alguien pusiera algo de comer en la puerta y decía: "Para escribir nunca se está suficientemente solo". Pienso en escribir como en estar en un globo, en una nave espacial, en un submarino, en un armario. Es ir a algún sitio donde no hay nadie a concentrarse, a oír la propia voz de uno".
La soledad y el silencio son inherentes al espíritu romántico del siglo XIX, imbuído en una suerte de melancolía, ansiedad, tristeza, y nostalgia.
Lord Byron, Bécquer, Keats, Rousseau y Goethe y luego Kafka, Joyce, Onetti, Vallejo, Rulfo, Pessoa, cada uno a su modo, escribía al margen de los dictados literarios, invocando en forma obsesionada, el silencio y el olvido.
Y para finalizar, escribe Rainer María Rilke en sus Cartas a un joven poeta:
"Por eso, querido señor, ame su soledad, soporte el dolor que le ocasiona; y que el son de su queja sea bello. Pues los que están cerca de usted están lejos, dice; y esto demuestra que se forma un ámbito en torno de usted. Y si su cercanía es lejana, entonces su ámbito ya linda con las estrellas y es casi infinito; regocíjese de su adelanto, en el cual, claro es, no puede llevar consigo a nadie, y sea bueno con los que se rezagan, y esté seguro usted y tranquilo ante ellos, y no los atormente con sus dudas y no los intimide con su confianza o su gozo que no podrían comprender. Procure cierto modo de comunión sencilla y leal con ellos, comunión que no debe cambiar necesariamente aun cuando usted mismo experimente sucesivas transformaciones; ame en ellos la vida bajo una forma extraña y sea indulgente con los hombres que envejecen, pues temen la soledad en que usted confía. Pero su soledad, aun en medio de muy inusitadas condiciones, le será sostén y hogar; y desde ella encontrará usted todos sus caminos".
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