De pronto llegamos al punto
de sentirnos hartos de estar hartos y comenzamos a despertar.
Las experiencias de vida,
situaciones que hemos llevado, acumulado, soportado (o no), hacen que un buen
día sintamos tocar fondo. Y tomando consciencia del punto al que hemos llegado,
y viendo que estamos atrapados en un ciclo que se repite en bucle descendente,
de pronto decidimos hacer algo para comenzar a ascender, hacer un cambio de vida.
Sentimos arrepentimiento sobre los continuos errores que hemos arrastrado y
buscamos la metanoia, la rectificación del camino.
Por lo general se pasa previamente
por esa noche oscura, ese “no dar más”. Nuestras emociones nos levantan bandera
roja, nos ponen en la cara la incomodidad de vivir en la incoherencia entre lo
que pensamos, sentimos y terminamos haciendo.
Aun así, muchos pueden ser
los factores de un despertar de la consciencia; algunos tuvimos la experiencia cercana
a la muerte y pudimos ver la realidad del “más allá”; o tuvimos la gracia de
recibir palabras precisas, en el momento preciso, ayudándonos a salir de la
Matrix. Hoy también tenemos innumerables posibilidades de acceder a información
que nos active la glándula pineal, conllevando un despertar de la Consciencia.
Desde la neurogénesis, la
biología celular y la epigenética, exponentes como Bruce Lipton, Joe Dispenza,
Masaru Emoto, Yoshinori Ohsumi, Mario Alonso Puig, junto a estudiosos de la
espiritualidad como Emilio Carrillo (entre tantos otros), muestran a la ciencia
cuántica (palabra que procede de “cuanto” o “cuantio” –unidad más pequeña de
luz, electricidad, o cualquier otro tipo de energía–) como lenguaje contemporáneo
del misticismo. Esto tiene lógica si consideramos que Dios es todo energía y
creador de energía, y somos todo Uno con él y su creación.
Estos exponentes de la
ciencia y espiritualidad comparten en forma generosa sus estudios en la Web,
haciendo un aporte significativo al despertar masivo de la consciencia.
En definitiva, la Iniciación
o despertar de la consciencia, no es otra cosa que la decisión de ser libres,
de tomar decisiones propias (no gobernadas por el subconsciente), guiados por
el verdadero amor, el amor ágape, el de hacer el bien sin mirar a quién,
empezando por nosotros mismos.
Este despertar de
consciencia no suele ser agradable. Por lo general nos obliga a salir de la
zona de confort y cuestionar todo lo construido por el ego durante toda la
vida.
Como sea, los síntomas del
despertar de la consciencia son claros:
1) Los intereses cambian: cambiamos por
completo los gustos (el tipo de música, de vestimenta, de lectura, la forma de
viajar, las relaciones y la forma de relacionarnos), podemos hasta cambiar por
completo de trabajo, de profesión, y/o de lugar geográfico. Ya no nos atrapa el
materialismo, las compras, ni las compañías que frecuentábamos, mucho menos los
temas de conversación que manteníamos con esas personas (sean amigos o
familiares). Podemos llegar a sentirnos solos aún estando con estas personas
con las que siempre nos gustó estar. No es desamor, no es que ya no sintamos
cariño por esas personas, simplemente ya no compartimos la misma vibra, los
mismos intereses, las mismas necesidades. Podemos llegar a decidir cortar con
nuestra relación de pareja de toda la vida, procesando el duelo que eso pueda
conllevar, por supuesto, pero con determinación, con la asertividad de que es
lo que necesitamos hacer en esta etapa de nuestra vida. Sentimos una necesidad
imperiosa de hacer estos grandes cambios.
2) Sentimos una gran necesidad de estar
solos, de tener tiempos a solas y en silencio para encontrarnos a nosotros
mismos. No encontramos alrededor personas con quienes compartir estos procesos
tan personales e íntimos, por lo que terminamos aislándonos cada vez más.
Buscamos la autenticidad, ya no comulgamos con la hipocresía. Y si bien todo
este proceso nos hizo tomar distancia de nuestros seres queridos, de alguna
manera volveremos a ellos con una nueva energía, con menos juicio y con mayor
capacidad de compasión y perdón. Con verdadero amor.
3) Vemos la necesidad de cuestionar viejas
creencias al mismo tiempo que un nuevo mundo se abre frente a nosotros y de
pronto sentimos sed de un conocimiento que nos ayude a entender estos procesos.
Buscamos cursos, lectura, videos, narrativas que nos hablen de estos nuevos
temas. Los caminos son muchos, y no todos nos tienen por qué llegar. Así es que
buscamos dentro de la religión no dogmática, el hesicasmo, el yoga, del tai
chi, chi kung, reiki, taoísmo, budismo, la neurociencia, la meditación, la
regresión a vidas pasadas, la hipnosis, las cartas astrales, la
biodecodificación… Hacemos un vuelco en lo que leemos, pasando de los textos
profesionales, la narrativa, la ciencia ficción, a los textos de
autoconocimiento, autoayuda, gnosis, etc.
4) Sentimos necesidad de compartir esta
experiencia y tratamos de transmitirlo a los demás, sobre todo a nuestros seres
queridos, buscando que ellos también puedan beneficiarse con esta nueva
información. Pero la realidad es que no necesariamente a ellos “les haya
llegado el momento” y no entienden el porqué de nuestros cambios y nos ven
“raros” o “con inestabilidad emocional”. Nada de qué preocuparse, ya que es
totalmente normal y pronto sabremos cómo manejar estas situaciones (en parte
tomando distancia, en gran parte no insistiendo que pretender “imponer” a los
demás nuestras experiencias). La inercia del ego ya no deberían seguir tomando
protagonista si nuestra toma de conciencia es genuina.
5) Comenzamos paulatinamente a adquirir
hábitos más saludables y alimentación más sana. Vamos tomando conciencia del
origen de cada alimento y del impacto en nuestro cuerpo. Leemos etiquetas,
descartamos alimentos que comprobamos que nos hacen mal (leche de vaca, azúcar,
etc.).
6) Nos vamos conectando cada vez más con la
Naturaleza y los ritmos circadianos. Sentimos necesidad de estar más en
contacto con la Naturaleza y apreciamos más su poder y energía y fluimos con
ella y sus ciclos. La Naturaleza se convierte en una verdadera escuela de vida.
En contacto con ella, sobre todo con una huerta orgánica, por ejemplo,
aprendemos más sobre los ciclos, la necesidad de la muerte o involución
(otoño/invierno) como paso previo al renacer y la abundancia divina
(primavera/verano). Con la naturaleza entendemos que es “normal” que haya
muerte, previo a la resurrección, involución antes de una evolución. Al mismo
tiempo, vemos que está en nosotros que vivamos esos ciclos como bucles
involutivos, entrópicos, destructivos, o por lo contrario, tras la involución,
el ciclo sea ascendente, pasando de un estado a un estado superior del Ser.
Observando la naturaleza, reconocemos el poder destructivo del ego; y que el
Cosmos conspira a favor de nuestra felicidad, ya que todo está digitado desde
lo divino para disfrutar de una gran abundancia sin necesidad de interponer
nuestro ego (concepto oriental de Wu wei –hacer sin hacer–). No buscamos la
Naturaleza para desconectarnos, sino por lo contrario, para conectarnos, ya que
las imposiciones sociales y el piloto automático de todos los días nos
desconecta de nuestro centro y de la Divinidad. Viviremos mayor necesidad de
alejarnos del asfalto, del cemento, los ruidos de las ciudades para alinearnos
más con las aldeas, los pequeños poblados desarrollados en torno a la
naturaleza.
7) Crece la Intuición y la creatividad. Nos
sentimos más conectados con lo divino, vemos y sabemos interpretar más las
señales. Comenzamos a disfrutar más las serendipias (las afortunadas
coincidencias o descubrimientos, sin olvidar, como decía Luis Pasteur, que “en
el campo de la observación, el azar solamente favorece a las mentes
preparadas”). También reconocemos más las causalidades, la conexión que tenemos
con todos y con el Todo. Si tomamos decisiones más audaces, si abordamos
grandes cambios, aún sin tener una opción de cambio definida, es simplemente
porque comenzamos a creer en la generosidad de la Providencia, en lo Divino,
por sobre la escasez del ego y de la zona de confort. La Fe y la Intuición
comienzan a tener papeles protagónicos.
8) Revienen antiguos recuerdos, viejas
vivencias que replanteamos con una mirada totalmente diferente. Le damos
conclusiones nuevas a viejos temas. Nos liberamos de viejas situaciones.
Perdonamos más y nos perdonamos.
9) Revivimos oleadas emocionales que emergen
del subconsciente, que hemos reprimido toda la vida y las traemos al consciente
para tratarlas. El despertar de la consciencia es una crisis. Se vive como una
crisis emocional y vivimos esta crisis como oportunidad de cambio. Si decidimos
acompañar estos cambios o crisis con la opinión de algún terapeuta, es
importante que el profesional haya vivido estos cambios en los niveles en que
los estamos procesando.
10) Se despierta la auto-conciencia, se agudiza
la empatía con los demás y los animales y se agudizan los sentidos. Vemos cosas
o situaciones que antes no veíamos, el gusto cambia, somos más sensibles a
ciertos olores y sabores, podemos hasta comenzar a rechazar ciertos alimentos
como la carne vacuna, la leche vacuna, el azúcar, etc. Podemos escuchar golpes,
acúfenos (zumbidos en el oído) u otros sonidos que los demás no perciben.
También podemos ser más propensos a percibir cierta energía en determinados
lugares. Al mismo tiempo nos convertimos en grandes observadores de nosotros
mismos, de nuestras emociones. Nos experimentamos, nos conocemos más,
dialogamos más con nosotros mismos, y con nuestro niño interior.
11) En lo físico, sentiremos tensión muscular
sobre todo en la zona del cuello, podemos bajar o aumentar de peso
(reaparecerán muchos miedos que teníamos reprimidos y como consecuencia de ese
estrés, hay aumento de peso). Por fuera nuestro cuerpo se irá acomodando tal
como llevamos el proceso por dentro. Podemos además experimentar presión en la
cabeza u hormigueo. Se está reactivando el chakra de la corona, hay despertar
energético.
12) El sueño se verá interrumpido varias veces
por la noche. Seguramente dormimos un par de horas y luego nos despertamos,
volviendo a dormir y despertándonos nuevamente (dos o tres veces por noche). Se
explica en parte porque nos vamos alineando con los ciclos circadianos, lo cual
nos lleva a acostarnos a dormir más temprano y a despertarnos con el alba, al
igual que las aves y la naturaleza en general. No es de preocupar. Serán
momentos que aprovecharemos para leer, escribir (al escribir ordenamos en papel
lo que buscamos ordenar en nuestro interior) o a escuchar más audios sobre
estos nuevos intereses. Dormir mucho es sinónimo de desconexión espiritual.
Necesita dormir mucho quien vive en estrés, perdiendo el tiempo,
desequilibrado, agotado por vivir en loca carrera mental y emocional. Quien
está más despierto, más en coherencia anímico-espiritual no necesita dormir
tanto, porque vive la vigilia desde un estado físico más relajado, menos tenso.
El sueño es más reparador con menos tiempo y esos sueños son más vivenciales,
con más imágenes, muchas veces simbólicas; hasta pueden ser sueños lúcidos,
viajes astrales o desdoblamientos astrales (experiencia subjetiva de separación
o “desdoblamiento” del cuerpo sutil y del cuerpo físico), inclusive puede haber
momentos de autoscopia (experiencia por la cual, creyéndonos estar despiertos,
vemos nuestro propio cuerpo desde una perspectiva fuera del cuerpo). En los
sueños lúcidos tenemos el protagonismo, el control de lo que en ellos
acontezca, pudiendo usarlos para reparar situaciones que en la vida material no
logramos tratar.
Si bien podemos enumerar estos síntomas, la lista no es exhaustiva. El despertar es paulatino y va determinando los diferentes estados del Ser. Somos millones y millones de almas, y no hay ni una sola igual a otra o en el mismo nivel que otra. Esto es paulatino y progresivo, pero cierto. "La mente que se abre a una nueva idea jamás regresa a su tamaño original" diría Albert Einstein. Y de eso se trata… ver que nos abrimos a nuevas dimensiones y la posibilidad de disfrutar de estas infinitas posibilidades hasta podría ser el Sentido de la Vida que tanto buscamos, esencia misma de ese estado de ataraxia o de armonía o felicidad que tanto anhelamos.
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