Origen maquiavélico de El Príncipe

Es difícil imaginar a Nicolás Maquiavelo, el influyente canciller de Florencia, escondiéndose como un prófugo en una cueva de vicios.

 

En 1512, a los 43 años, Maquiavelo se encontraba en un exilio forzado tras ser acusado de conspirar contra la familia Medici, gobernantes de Florencia. Por su condición de estadista y aristócrata, se le permitió elegir su lugar de exilio, optando por una aldea en las colinas de San Casciano, cerca de Florencia, donde su familia tenía propiedades.

 

En lugar de quedarse en la lujosa mansión de su tío cardenal, diseñada por Miguel Ángel y hoy convertida en exclusivo hotel, prefirió una sencilla casa de campo en Chianti, que tenía la particularidad de estar conectada por acceso subterráneo a una taberna vecina.

 

Cada noche, luego de estudiar en su biblioteca, vistiendo ropa modesta y candelabro en mano, bajaba a la bodega de la casa y, tras atravesar un pasadizo secreto, bajaba por el túnel hasta la taberna sin ser visto. Hubiera sido más fácil cruzar directamente la carretera que separaba su casa de la taberna, pero evitaba hacerlo para no comprometer su reputación.

 

Ya instalado en la taberna compartía vino y juegos de cartas con clientes habituales, campesinos, viajeros, el carnicero y el mismo posadero.

 

Esta taberna, conocida como L'Albergaccio ("La mala posada"), inspiró a Maquiavelo para escribir El Príncipe, uno de los textos políticos más controvertidos de todos los tiempos.

 

L'Albergaccio era elegido por viajeros, caballeros y peregrinos para cenar y descansar, pero a Maquiavelo le representaba un microcosmos de la naturaleza humana, perfecto lugar para estudiar el comportamiento humano. De allí escribió El Príncipe, guía para todo líder pragmático dispuesto a que el fin justificara cualquier medio.

 

Además de inspiración, la taberna hacía su exilio más llevadero: las discusiones y chismes del lugar le proporcionaban entretenimiento e información sobre lo que sucedía en Florencia. Esta vida social, según le escribiera a su amigo Francesco Vettori, le permitió "evitar que mi cerebro se llene de moho y ventilar mi furia contra la perversidad de mi destino".

 

Hoy podemos disfrutar del lugar como taberna gourmet, siempre resonante en los paisajes de la Toscana.

 Tamara Le Gorlois

No hay comentarios.:

Publicar un comentario