En el corazón de González Catán, partido de La Matanza, a solo 31 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, existe un rincón tan inesperado como fascinante. Ubicado en la calle Bariloche 7200, justo en el km 31,200 de la Ruta 3, este predio parece escapado de un cuento o de una película de Tim Burton. Rodeado por el río Matanza, el arroyo Morales y los vestigios de un viejo ramal ferroviario que unía González Catán con La Plata, se extiende un universo de 208 hectáreas de arboledas, de las cuales 20 fueron transformadas en una aldea-museo.
Su creador, Antonio Campana, sin formación arquitectónica ni conocimientos técnicos, emprendió una obra colosal a partir de un consejo médico: guardar reposo. Pero en lugar de descansar, Antonio eligió construir. En 1976, comenzó a levantar esta aldea fantástica utilizando exclusivamente materiales de demolición, ruinas, descartes industriales y piezas fundidas. El resultado es un espacio único, una aldea surrealista que mezcla romanticismo medieval, fantasía cinematográfica y ruinas del pasado argentino.
Recorrerla es como adentrarse en un sueño: torres, salones de baile, empedrados, callejuelas, fuentes y caserones con tejados hechos de puertas recicladas. Aquí incluso se celebró, el 12 de agosto de 2007, el casamiento de Héctor Montaner, hijo del cantante Ricardo Montaner. Todo el escenario parece una mezcla de Disney, la Europa de posguerra y las fantasías personales de su creador.
Hoy, más de dos décadas después de su nacimiento, Oscar Campana, hijo de Antonio, mantiene viva esta obra quijotesca, en la que también se conserva un fragmento histórico invaluable: los restos del casco de una antigua hacienda que perteneció nada menos que a Juan Manuel de Rosas.
Quienes conocen el museo al aire libre de Bokrijk, en Gante, Bélgica, encontrarán cierto paralelismo. Aquel espacio de 550 hectáreas rescata casas y granjas flamencas del siglo XIX, reconstruidas pieza a pieza para preservar un modo de vida que ya no existe. Allí, como en esta aldea de González Catán, la memoria toma forma, se hace arquitectura, relato y presencia viva. Oficios antiguos, como zapateros o cesteros, vuelven a tener un lugar, entre jardines, estanques y senderos que invitan a la contemplación.
Quizás no haya muchas señales que te guíen hasta este lugar, ni un folleto turístico que le haga justicia. Pero si te animás a cruzar la Ruta 3 y perderte entre sus árboles, vas a descubrir que la belleza puede construirse también con los restos del olvido, cuando hay un sueño y una voluntad que se resisten a desaparecer.
Lic. Tamara Le Gorlois
https://campanopolis.com.ar/
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